lunes, 28 de diciembre de 2009

MOVIMIENTO SEDICIOSO





El tiempo está cambiando, los días se han acortado dramáticamente y sopla una nueva brisa desde el mar  que anuncia la aproximación del invierno. Los pocos transeúntes que insisten en prolongar la euforia de las vacaciones en el mediterráneo se mueven por el paseo marítimo con hombros encogidos, rostros fruncidos y las manos sepultadas en los bolsillos de los pantalones. En la playa no veo sombrillas ni hamacas; solo un hombre alto y delgado que  camina bordeando las filigranas que produce el constante vaivén de las aguas donde la espuma rompe antes de regresar al océano. Va descalzo, hundiendo los dedos de los pies en la arena húmeda para desenterrar las pequeñas piedras redondas y las conchas que quedaron allí atrapadas. Se ha detenido para mirar hacia el horizonte. Ya ha comenzado a caer el sol creando esa fuga de colores rojizos perseguidos por el manto azul púrpura que presagia la oscuridad antes de caer la noche. Se ha  desnudado; ahora se vuelve hacia el mar y embiste las olas con determinación, como si quisiera perseguir el horizonte hasta el infinito. El agua le llega a la cintura, pero él, con los brazos en alto, continúa forzando su avance. Ya  solo es visible la media luna de su cráneo en sombras que forma una orla en contraste con el sol que agoniza sobre la cresta que forman las olas. Finalmente desaparece  en el claro  oscuro de la noche que de un bocado se ha tragado el último destello de luz. Yo, petrificado, continúo observando la oscuridad en espera de su regreso. Nunca llegué a verle la cara, pero por alguna razón, no puedo olvidar el movimiento sedicioso de sus nalgas.


Marco Antonio