Aprendí
eso de la despedida
en los agujeros negros del planeta Cero.
En sus ojos llorosos.
En las noches vacías,
en las tardes grises,
y en los duros reproches de una cama fría
Aprendí a despedirme
de la mano de Erebo.
En su oscura nube,
universo denso
pude ver un día la nada que se mece
en la piel del viento.
Aprendí que la alegría existe para ser recuerdo,
en dos o tres horas
quizás en minutos
o quizás...
o quizás fue un sueño.
Media tarde en la braña. La niebla no dejaba ver a dos pasos. Mario juró por enésima vez; la vaca no libraba y él no quería molestar al veterinario. Aparte de ser muy caro, cuando llegaba, casi nunca hacía falta.
—Sí tenía razón el abuelo—mascuyó. Por cuarta vez limpió alrededor y echó más paja.
—Sal, necesito más sal…
Noche de estiércol.
Lejos en altamar, Berto el hijo de Mario, desde la cubierta del pesquero saludaba al naciente sol.
<<—Si ye neña será Alba.>>
Ser un ovillo de virtudes o una madeja de contradicciones, forma parte de nuestra naturaleza. Escribimos para convertirnos en el vívido testimonio que quedará en este espacio de letras para siempre. Lavamos con el tiempo la ansiedad que producen las ideas, y perseguidos por ellas, las convertimos en relatos, historias y poemas que dan forma a este blog.