martes, 19 de enero de 2010




Arrugas

pitanza del tiempo

óxido
en los tornillos
de mis pisadas.

Mariluz

AGLAURA






Se podría decir que conozco este lugar. He estado aquí mucho antes de que descubriera la  noción del tiempo. De los cinco sentidos, sólo uno ha despertado: el que percibe la claridad y las tinieblas. Fue esa luz, plagada de sombras la que me dio el primer indicio: Supe que no estaba solo cuando los rasgones intermitentes provocados por aquel intenso resplandor  agujerearon las tinieblas, transmitiendo una sensación de movimiento. No, no era un lugar extraño. No, no estaba solo.


Intento identificar este ambiente tan familiar. No es exactamente un país, una región o una ciudad, pero sí son retazos de experiencias vividas en ellas, lugares de puertas y ventanas. Fragmentos de luz y sombra de todos los enclaves que cruzaron frente a mi visión. El puente se ha abierto y ahora puedo transportarme asistido por los otros sentidos, ahora puedo tocar los muros y los marcos de las puertas, oler la repugnancia del sudor agrio de las sombras que transitan por mis costados y hasta escupir el sabor fétido que me invade con cada bocanada del vaho que respiro. Me pregunto, ¿qué ciudad podría ser esta que alberga vestigios de todas mis memorias, de todos los lugares donde he estampado con mi presencia una huella sedienta de discordia, desconfianza, odio y traición? ¿Qué rostros son estos que no puedo ver pero sí identificar en mis entrañas?


Reconozco  mis pasos al andar lo ya mil veces andado: las pisadas sobre  los adoquines azules de una estrecha calle, sobre el asfalto de una ancha  avenida, sobre un camino de piedras, sobre los surcos del fango después de un aguacero; y sin nadie decírmelo, sé que no voy a ninguna parte.  


Se podría decir que he llegado de todos los lugares conocidos, de todas las ciudades transitadas, de todas las experiencias malvividas. Se podría decir que no estoy solo y que esta vigilia donde no existe la noción del tiempo, es una condena donde la ansiedad y el desespero de no saber… sabiendo, se convierte en un terrible tormento. Como si  para toda la eternidad, un cuervo mitológico me royera las vísceras.


Marco Antonio