lunes, 21 de junio de 2010



           MOSTAZA Y TENDAL

La mancha no se había borrado. Estaba segura de que era mostaza. Una marca desconocida procedente de un país remoto donde en aquél mismo momento se estaban matando como moscas los unos a los otros. Con rabia desprendí el mantel del tendal y lo llevé directamente a la lavadora. Agua caliente, detergente para la ropa de trabajo, quitador de manchas, cloro, el jugo de un limón y un chorro de vinagre. Si esto no lo conseguía, no habría otro remedio que comprar otro mantel.

La lavadora se meneaba de un lado para otro y el agua turbia que golpeaba la ventana plástica auguraba buenos indicios. Esta vez romperíamos la barrera de la mugre. Me quedé pensando en la etiqueta de la mostaza donde leí de qué región procedía. Sabía que eran gente de turbantes y barbas enmarañadas que confiaban en sus elefantes para todo e ignoraban a sus mujeres veintitrés de las veinticuatro horas del día. Creo haber leído que esa única hora de adulación o concupiscencia, para ubicarla en un contexto más exacto, podía ocurrir en cualquier momento de los veinticuatro espacios en que dividimos el tiempo.

Ellas tendrían mucho más de que preocuparse que una mancha de mostaza de origen foráneo. Además de las increíbles proles con bocas hambrientas, habría elefantes que bañar, alfombras que barrer y caftanes que apalear contra las piedras lisas a la orilla de algún río de impronunciable nombre. Mientras que yo, desde mí ignorada esquina de la península me quejo porque una mancha de mostaza extranjera me jodió un mantel de lino Holandés.

La lavadora puja como si estuviera a punto de producirse un aborto y yo sueño con el día en que saquemos las maletas del trastero para irnos de vacaciones a Benidorm. Pero algo en mi cerebelo también pulsa al compás de la lavadora construyendo palabras e hilvanando preguntas: ¿Cuántos niños han muerto en el país de la mostaza desde que la lavadora comenzó su pum-pum sin lograr erradicar la jodida mancha amarilla de origen extranjero?

Marco Antonio