sábado, 9 de enero de 2010




—SOMETHING STUPID— Dijo la vieja americana sentada en la mecedora que parecía a punto de desvencijarse trozo a trozo soportando aquel peso. Culo arriba, culo abajo, culo arriba, culo abajo.

—SOMETHING STUPID— repitió al compás de los movimientos asimétricos que efectuaba con la ayuda de sus nalgas para coger impulso. Petronila la había invitado porque era su vecina de puertas. Habitaban una casa de dos apartamentos separados por una pared común. Una de esas construcciones adosadas donde la privacidad se limitaba a lo visual, el audio burlaba el parapeto ya que se podían oír los pedos de la señora americana desde cualquier esquina de su casa y hasta cuando cepillaba sus dientes de cerámica y los soltaba dentro del vaso de agua oxigenada produciendo un sonido casi musical. En verdad la había invitado para que vieran juntas al presidente de los Estados Unidos de América por la tele. Esa noche daba su primer discurso a la nación después de los primeros cien días de incumbencia.

—SOMETHING STUPID—volvió a repetir la señora mientras Petronila ajustaba los controles del televisor y ella se impulsaba en la mecedora siempre con la ayuda de sus nalgas y sus pies. Hubo un instante en que sus 140 kilogramos de humanidad consiguieran el movimiento pendular adecuado, pero en el próximo segundo, toda ella se desplazó con cierta violencia como si el portal se hubiera convertido en una pista de bolear. Terminó haciendo diana en el televisor destruyéndolo, la mecedora también quedó destrozada, nadie intentó repararla.

—SOMETHING STUPID— se dijo la señora americana así misma sentada sobre los escombros electrónicos y mirando a Petronila que no entendía una palabra de inglés. 

Marco Antonio