viernes, 7 de mayo de 2010

MARILUZ



ALBA Y ESTIERCOL

HINCANDO EL AIRE EN WYOMING
Mi tía cortó el cuello al pavo más grande.
Hervimos agua en la cocina de carbón.
La chapa al sonrojarse caldeó las grietas.
Metimos pavo y agua en el balde que usábamos para bañarnos.
Lo que no mata engorda.
Estábamos desplumándolo cuando llegaron las señoritas de La Caridad.
Constataron la pobreza en la que vivíamos y también la dieta privilegiada.
No habría vivienda social.
Fue una Nochevieja de chuparse los dedos.
Recoger los platos fue peliagudo.
El mantel resultó un incordio.
Era un artículo extraño.
A la hora de irse a dormir al tendejón, el perro trastabilló, vomitó y nos miró avergonzado desde el otro lado de sus cataratas.
Le acaricié la cabeza y charlamos un rato.
Ni él ni yo veíamos halagüeño el nuevo año.
Al alba, incapaz de dormir, salí a buscarlo.
Era inútil llamarlo debido a su sordera.
Hacia el mediodía toda la familia estaba pendiente de su ausencia.
El abuelo decía que “dónde coño se habría metido si ya no estaba pa cortejar”.
La boina invadía los surcos de la frente.
No apareció.
El otro perro me interrogaba intranquilo.
Empezó a entender cuando me notó el estómago encogido.
Mejoró el tiempo y llegó la época de preparar la tierra para la siembra.
Los hombres se fueron con la carretilla hacia la pila de estiércol.
Cuando llevaban horadada una buena parte del montículo, el patriarca vino a buscarnos.
- Se acabó el misterio, dijo. Hay un esqueleto asomando entre la porquería.
Al ver las costillas hincando el aire me acordé de Marcial Lafuente Estefanía.
De los huesos de búfalo olvidados en rutas desiertas de Wyoming.
Pensé también que era el perfecto chiste negro sobre la vida en aquella casa.