martes, 25 de mayo de 2010

ERNESTO



REY DE PICAS



No hubiera sido el deseo de Eladio estar ahí en ese momento, pero le pudo el interés de ver en vivo el destino de sus pertenencias en aquel salón.

Serio, con la mirada fija en el atril, rememoraba su pasado cargado de gomina, coches caros y mujeres guapas. Aquél impoluto jugador de póker asistía a la defenestración de una vida dedicada al juego. Otra vez más, el “haber” había desbancado al “debe” con la crueldad disfrazada en aquel naipe que tanto anhelaba y se hizo el remolón.

Con cada adjudicación se le escapaba entre los dedos una cosa nueva. Se fijaba en el postor y en una rápida mirada de arriba abajo parecía mascullar: “¡Buitre, tú no mereces eso!” Cuando le llegó la hora al apartamento de lujo, no aguantó más y abandonó la sala. No quería presenciar un allanamiento legal de morada

Cabizbajo, salió al hall del hotel. Había escuchado de viva voz la sátira que le había deparado la vida. En el vestíbulo cruzó con el conserje una mirada que oscilaba entre el consuelo y la complicidad. Mientras esperaba al autobús, aparecieron con risas y voces alegres los subasteros que ya salían.

Eladio pensó: “maldito rey de picas”

Finalmente se subió al autobús, miró hacia un destartalado 127 que circulaba paralelo a ellos. Le encantó:

“¡Cuando pueda, tendré uno así!”



Ernesto