viernes, 15 de enero de 2010

jaime del egido



Fue en la pitanza del día de Navidad cuando se armó el revuelo que, a la postre, costaría el puesto de trabajo de dos guardias de seguridad. Al parecer todo comenzó cuando Flor, la auxiliar de cocina, tras servir a Guillermina, se entretuvo en darle explicaciones para que empezase a comer por si sola. Fue el pretexto que hizo explotar a Gerardo, el esquizofrénico recién llegado de otra comunidad terapéutica, y aún no adaptado a esta. Le arrebató el cacillo y lo estampó sobre la pared, llenándola de restos del cocido. Después, volteó la pota sobre la mesa y se montó un barullo fenomenal cuando el enfermero acudió a retener aquella impulsividad inesperadamente desatada. Gerardo huía derribando todo cuánto se encontraba por delante. Empujaba sin miramientos a algunos enfermos que ya se habían levantado de la mesa y se movían, temerosos, en desbandada por el comedor del frenopático.
Dos enfermos espásticos cerebrales, chillaban de excitación y alegría desde sus sillas. Era su contribución a aquél caos de objetos por los suelos, muebles desvencijados, gritos de terror, y varios locos y cuidadores malheridos en la batalla campal.
Al fin acudieron los guardias de seguridad y controlaron la situación excediéndose con sus métodos para reducirlos. El informe del enfermero concluía diciendo que “ni son todos los que están, ni están todos los que son”, y que faltaba algun tornillo...


Jaime