viernes, 21 de septiembre de 2012

EL AVERNO


Podría decir que conozco este lugar. Alguna vez he estado aquí, mucho antes de que tuviera consciencia o noción del tiempo. Sé que poseemos cinco sentidos, pero ahora sólo uno parece funcionar: el que percibe la claridad y las tinieblas. Ha sido esa luz, plagada de sombras la que me ha dado el primer indicio: supe que no estaba solo cuando los celajes provocados por aquel intenso resplandor comenzaron a agujerear las tinieblas transmitiendo una sensación de movimiento. No, no era un lugar extraño. No, no estaba solo.

Me esforcé en ser más preciso e Intenté identificar el lugar. No pude reconocerlo como un país, una región o una ciudad, pero sí estaba seguro que aquello que se proyectaba ante mis ojos eran retazos de experiencias vividas, lugares de puertas y ventanas. Fragmentos de luz y sombras se cruzaron frente a mi visión y tuve la sensación de que se estaba abriendo un puente. Ahora me transportaba asistido por los otros sentidos, podía tocar los muros y los marcos de las puertas, aspirar con cierta repugnancia el olor a sudor agrio que emanaba de las sombras. Al final me atreví a escupir el sabor fétido depositado en mi lengua con cada bocanada del vaho que respiraba. Me pregunté qué lugar podría ser este que albergaba vestigios de todas mis memorias, de todos los lugares donde había estampado mi huella siempre sedienta de discordia, desconfianza, odio y traición. ¿Qué rostros son estos que aún no puedo ver, pero que sin dudas, sí son familiares en mis entrañas?

Comienzo a reconocer pasos sobre lo ya mil veces he andado: adoquines azules en calles estrechas, el asfalto de las anchas avenidas, los caminos de piedra y la sensación de humedad que transmiten las zanjas que se forman en el fango después de un aguacero. Sentí miedo porque intuí que esta travesía no me llevaba a ninguna parte, aunque visitaba lugares ya transitados que sospecho no fueron seleccionados al azar. Aquí me enfrentaba a mis experiencias malvividas y sin sentirme totalmente sólo, no estaba acompañado. Había perdido la noción del tiempo y comencé a entender que todo esto era más que una pesadilla, parecía que había comenzado a cumplir una condena.

La incertidumbre, la ansiedad y el desespero de no saber… sabiendo, tenía que ser un castigo, algo que se convertiría en un terrible tormento exigiendo que mi alma deambulara eternamente para que reviviera los pasajes de infamia que minaban mi miserable existencia. Como si otra vez aquel cuervo mitológico del pasaje bíblico regresara para roerme las vísceras mientras que yo en cadencia perpetua, continuara recordando una y otra vez.

Marco Antonio