domingo, 6 de junio de 2010

ENRIQUE TEJON


                           GALOPE A DOS PATAS


Mira, estoy segura de que nunca me has prestado atención; pero cuando digo nunca, es nunca, ¿eh? Lo del día que fuimos al hipódromo me lo confirmó. Sino, vamos a ver, ¿cómo se explica semejante comportamiento por tu parte, querido? Estuve toda la tarde hablándote; tú, como siempre, apenas respondías. ¿Dónde estabas entonces, eh?, ¿dónde tenías la cabeza?, si se puede saber. Pero, claro, no se puede saber porque ni tú mismo lo sabes. De pronto, vas y saltas sobre la espalda de aquel pobre señor y gritas: “¡arre!”. Empezaste a cantar el tango de Carlos Gardel: “Por una cabeza…” Creí que me moría de vergüenza, ¡porque mira que cantas mal! Y la mujer del pobre señor, con los ojos muy abiertos, gritando de tal manera que se podría colgar la colada en las cuerdas vocales, jaleándoos para que fuerais más rápido. Me dije: “Esta mujer es idiota”. Si ni siquiera había empezado la carrera. Al menos yo esperé a que estuvierais en el cajón, como los demás caballos. Cuando se dio la salida nadie apostaba por vosotros. No por culpa del caballo, digo del señor que…, es decir, sí, del caballo que montabas, que se le vía con posibilidades, sino por tu hipopotámico cuerpo, que lastrabas al pobre animal como los deshumidificadores fundieron el presupuesto del Arca de Noé. No obstante, el noble bruto empezó a hacerse con tu peso y a media carrera ya iba en la mitad del grupo. Seguías cantando: “…de un noble potrillo…” Entonces disteis unos pasos bailando un tango como dos luchadores de sumo en una playa llena de piedras. “…que justo en la raya…”. Al final, ganabais por tres cuerpos, si los medimos por los de los caballos; si lo hacemos por el tuyo, uno. “…afloja al llegar…”. Tú siempre fuiste muy tuyo y entonces, claro, tenías que ir de acuerdo con la canción: “…y que al regresar…”. Me dije: “Este no va a hacer bien dos cosas seguidas”. “…parece decir:…”. No pude con la tensión y te lancé el paraguas, se abrió en medio de la pista y los caballos, asustados, se dieron la vuelta sin obedecer a los jinetes. Todo el mundo de miró. Estaban tan convencidos de que había sido yo que silbé “West Side Story” completa dos veces con tres bises. “…no olvides hermano…”. Era evidente que el caballo iba debajo pero el de arriba era el burro. “…vos sabés, no hay que jugar…”. Pero, ¿a quién se le ocurre? ¡Deja que apuesten, imbécil! Si casi no ganas por no estropear la canción. Menos mal que el que hacía de caballo iba derrengado por tu peso y cruzó lo antes que pudo la meta. Fue el principio de una carrera que nos podría haber hecho ricos. Pero no, claro; no podía ser. No hubo manera de bajarte del pobre animal… es decir, del pobre señor, y terminasteis creyéndoos un centauro; y, claro, los centauros no pueden correr en el hipódromo. Para rematar esta situación hemos tenido que cambiar el lavavajillas por un lavapesebres. Nunca terminaré de aprender. Como cuando saltasteis sobre el canario; la risa que me dio… hasta que empezó a relinchar.

Enrique Tejón