sábado, 31 de julio de 2010

MARCO ANTONIO

AL AMANECER
Pisó con fuerza contra el cemento cuarteado, como si su rabia pudiese agrietar el concreto blindado y ofrecerle una alternativa al inevitable desenlace. Como un animal enjaulado se movía en círculos concéntricos cada vez más estrechos. Miró con intensidad hacia el agujero.

Una tenue claridad comenzaba a filtrase a través de los barrotes. Los ruidos del patio se magnificaban dentro de la celda. Atento a todo lo que ocurría en el exterior, pudo identificar el sonido de la clavija que activaba el mecanismo de la maquinaria, como también, en su momento, podía percibir el impacto de las cabezas en el canasto. Llevaba meses escuchándolas. Pensó que en aquél lugar como en la vida misma, todo era una redundancia.

Cerró los ojos y se reclinó sobre la mugrienta almohada. Trató de adivinar quienes, de sus compañeros de celdas, estarían escuchando cuando su cabeza impactara el fondo de la cesta al amanecer.