jueves, 4 de febrero de 2010

FELICES SUEÑOS





“Tendrás que quitarte esos zapatos y guardarlos donde las personas normales lo hacen —dijo ella casualmente mientras introducía el palo de la aspiradora por debajo del sofá—. No sería mala idea —continuó con el mismo tono condescendiente — que te levantaras y me ayudaras a mover este armatoste para que yo pueda limpiar como es debido. Tampoco estaría mal si sacaras al perro antes de que se orine por toda la casa o se cague frente a la puerta de la cocina en señal de protesta por sentirse constantemente ignorado en sus momentos de necesidad. Si no te importa, se está haciendo un poco tarde y ya podrías sacar la basura, sin olvidarte que en ese cuarto que llamas “oficina” tienes la papelera desbordada. Ahh … de paso puedes bajar al fregadero las tazas de café, sucias y atascadas con bolas de papeles estrujados, que siendo el colmo de la vagancia que eres, les has asignado la función secundaria de zafacones para desperdicios de última hora. Todavía está la ropa conque llegaste del trabajo esparcida sobre la cama y cuando fuiste al vater no te preocupaste de descargar la cisterna y tu caca sigue flotando allí esperando por alguien que le de paso. Ese alguien fue tu hijo que, a propósito, mañana cumple cuatro años y aún no le has comprado un regalo, el que se encargo de pintar todos los azulejos de marrón verdoso con tu caca. Si piensas que hoy habrá cena, estás muy equivocado, porque no he tenido tiempo para ir al supermercado, así que vete preparando porque esta noche cenaremos fuera y no te saldrás con la tuya llevándonos a Burger King. Para asegurarme de que no serías un faltoso, invité a tus padres y fueron ellos los que eligieron el restaurante, ese de cuatro estrellas donde sirven la carne cruda y sangrante estilo americano que tú tanto odias. Mañana es sábado y tu hermana traerá a sus niños para que fraternicen con nuestro Pablito. Yo tengo clases de Yoga, así que tú te quedarás cuidándoles y ya te dejaré instrucciones para que les prepares el almuerzo”.

Me levanté del sofá, removí los zapatos siguiendo sus instrucciones y los llevé al lugar designado para esos menesteres. Regresé inmediatamente al salón y la ayudé a mover el mueble. En ése momento, le obsequié mi mejor sonrisa y me dirigí hacia la cocina. Saqué la coca-cola de nevera y en su jarra favorita deposité los cubitos de hielo y una cascarita de limón. Debajo del fregadero encontré la cajita amarilla con letras rojas. Disolví cuatro cucharadas soperas en la efervescente coca-cola y esperé hasta que no pude detectar residuo alguno.

Regresé al salón y le ofrecí el refresco a Melinda. Al verlo, apretó el botón de la aspiradora y el silencio invadió la habitación. Tomó la jarra por el asa de cristal y se bebió su contenido en cuatro sorbos.

—Gracias —me dijo sin apenas mirarme e inmediatamente prendió la aspiradora.

Subí a la habitación y comencé a recoger la ropa desperdigada por toda la cama. Me dirigía hacia el baño para inspeccionar el daño que Pablito había causado cuando oí el inconfundible ruido que produce un cuerpo cuando se desploma sobre un piso de parquet. Me dije a mí mísmo:

FELICES SUEÑOS.

Marco Antonio