domingo, 28 de febrero de 2010

MARCO ANTONIO



AL OTRO LADO DEL OCÉANO


Vázquez Sotelo Salazar había hecho una pausa para beber un poco de agua. Su garganta estaba seca de tanto hablar. Pero Fernando seguía allí, sentado a los pies del abuelo, sus grandes ojos fijos en los labios del anciano esperando a que continuara con el relato. La ventana estaba abierta, una suave brisa intentó extinguir la llama de las velas y por un momento las dos figuras parecieron transformarse en la visión fragmentada de un diseño de calidoscopio. El viento cesó de soplar y la luz del candelabro retomó su estado normal. El viejo marino se inclinó, acercando su rostro al del asombrado niño y continuo:

—“Los salvajes lo habían perdido todo. Sus hijos y sus mujeres fueron transportados al más imponente de los Galeones de velas anchas y aquellos guerreros que prefirieron defender el poblado, murieron a tiro de mosquetes, puntas de lanzas o atropellados por los caballos. Sólo un puñado de ellos, los que acompañaban al cacique,sabían que nada más podían hacer para contrarrestar la superioridad del enemigo. Retrocedieron hasta perderse en la espesa jungla tropical, el último refugio de una raza cuya cultura dominó esta parte del mundo durante cientos de años hasta que llegaron los conquistadores. Ahora ellos eran los únicos testigos del exterminio final de una civilización cuya verdadera gloria desaparecería con el viento.

Meguanex, el cacique, comenzó lavándose la cara con la arena del río. Los demás le imitaron y prosiguieron retregando sus cuerpos desnudos hasta que las aguas quedaron teñidas con la sangre de los que murieron en el combate. Los que allí quedaban eran "inextinguibles"; ellos trajeron las costumbres y el conocimiento de las ciencias, la arquitectura y todo lo que aquella civilización necesitaba para subsistir. Esa fue la misión, entonces y ahora; nunca contemplaron "el regreso". Después de tantos años, para ellos no existía otro mundo, esta era su casa.

Aquella noche, se sumergieron bajo las aguas del río y nadaron por horas hasta avistar a los Galeones balanceándose a un palmo de la orilla. Podían hacerlo porque su genética se lo permitía. Se detuvieron por un instante sobre la superficie para intercambiar un último saludo y procedieron hacia su objetivo. El vigía de estribor de la nave maestra fue el primero en morir, lo devoraron en un instante y así sucesivamente, uno por uno, hasta el último de los tripulantes. Todos fueron víctimas del voraz apetito de estos seres. En el resto de las naves sucedió lo mismo. Cuando ya no quedaba nadie, comenzaron a devorarse entre sí, hasta que tampoco quedó nada de ellos.

—¡Que historia tan terrible abuelo! ¡Me ha dado mucho miedo! ¡Qué bueno que eso sucedió EN EL OTRO LADO DEL OCÉANO!

—En realidad, yo nunca he sido tu abuelo, auque he vivido en esta familia por más de doscientos años. Mi nombre es Meguanex y esta tarde me he comido a tu padre y a tu madre. Tú serás mi cena.


Marco Antonio