RIBEIRO
Mi primer Ribeiro lo tomé aquí en Oviedo ya hace más de diez años, durante aquellos primeros días del otoño cuando recién-abandonamos Cataluña para refugiarnos en Asturias. Me tomó todo ese tiempo para finalmente perfeccionar la tradición de escanciarlo desde la cúspide de mi brazo extendido sin derramar una gota. Bueno, eso fue así hasta el día en que sentí sus ojos violáceos taladrando en mi subconsciente hasta hacerme perder la concentración. El Ribeiro se derramó por mi antebrazo mojando mi camisa de seda y mis pantalones de franela. Mis ojos la encontraron a dos mesas de distancia. Era una asidua clienta, una mujer que todos los jueves por la noche, con el consentimiento del dueño, ocupaba el mismo lugar en una esquina del restaurante. A las diez en punto extraía un manojo de cartas españolas de un bolso raído y las barajaba una y otra vez hasta que alguien se sentara frente a ella. Nunca levantaba la vista hasta que el posible cliente interrumpía su rutina introduciendo un billete de diez euros entre las cartas. Entonces clavaba su mirada violácea en el sujeto y le preguntaba en voz baja: ¿De veras que quieres saber tu HOROSCOPO? Nunca recibió una respuesta, porque el extraño poder de su mirada parecía neutralizar la voluntad de sus clientes. Cuando sus manos comenzaban a desplegar las cartas sobre la mesa, ella también comenzaba una diálogo con sí misma, pero los sorprendentes mensajes iban dirigidos al cliente. Declaraciones al descubierto narradas en una voz clara y concisa donde los más sórdidos y descarnados secretos del interesado eran presa de todos los oídos en derredor. Las sesiones normalmente se interrumpían cuando el cliente se levantaba volcando la silla y abandonaba el local aterrorizado para nunca volverse a ver. Aún así, la voz se corría sobre la mórbida y espantosa visión de la vieja de la mirada violacea. Todos los jueves, allí se congregaba una respetable cantidad de parroquianos cuyo morbo buscaba algo más que el Ribeiro. Hoy era mi turno.
Marco Antonio
Marco Antonio
Ya se sabe que el ribeiro es un encantador de serpientes; si se une a unos ojos violáceos hay que poner a cubierto la franela, amigo.
ResponderEliminarFrase rotunda la última.
Todos iríamos en pos del "ese día era mi turno", me gusta tu atajo.
Si. Queda bien claro el poder de la vieja de la mirada violácea, y el riesgo de someterse a una de sus sesiones. No sabía que se escanciase el ribeiro, no obstante quisiera conocer la continuación, en otra entrega.
ResponderEliminarMarco Antonio respondió:
ResponderEliminarNo sé, si levantar la jarrita de ribeiro a la altura de tu brazo extendido como se hace con la sidra para servirla se considera "escanciar"
De acuerdo con las virtudes del ribeiro. No puedo asistir esta tarde a la tertulia.Te mandé un correo y en mi soneto:la noche, hice este comentario que te repito, porque veo que no logré lo que pedía. Te ruego, por favor que elimines mi foto y pongas en su lugar el perfil que yo puse en mi blog y que aparece en el comentario. Gracias.
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