LA CHICA DE IPANEMA
Lo primero que observé fueron sus tobillos. Estaba plantada allí, en la arena apenas a un metro de mí con las piernas flexionadas a la altura de las rodillas. El cuerpo tenso, en la clásica posición de una jugadora de voleibol. Su piel era color de piedra ahumada y brillaba bajo el sol como la crin de los caballos que se bañaban a la orilla de la playa, siempre un peligro mortal para los que como yo. se aventuraban a pasearse a plena luz del día. Se movía con una gracia gatuna, siempre reaccionando a la trayectoria del balón que iba y venía de un bando a otro. Ocasionalmente se lanzaba tras la bola en una imposible pirueta para terminar despatarrada sobre la arena con la mitad de sus protuberancias desbordándose del bikini al estilo hilo dental. Cuando esto ocurría y su rostro terminaba encajado en uno de los montículos a mi alrededor, yo podía ver con claridad, sus enormes ojos color azul medusa, sus dientes de nácar de caracol y sus labios abultados como las gambas de los arrecifes. Era una genuina chica de Ipanema y yo, uno de los cangrejos de la playa que vivía bajo la piedra en esa esquina del campo de voleibol.
Marco Antonio
Lo primero que observé fueron sus tobillos. Estaba plantada allí, en la arena apenas a un metro de mí con las piernas flexionadas a la altura de las rodillas. El cuerpo tenso, en la clásica posición de una jugadora de voleibol. Su piel era color de piedra ahumada y brillaba bajo el sol como la crin de los caballos que se bañaban a la orilla de la playa, siempre un peligro mortal para los que como yo. se aventuraban a pasearse a plena luz del día. Se movía con una gracia gatuna, siempre reaccionando a la trayectoria del balón que iba y venía de un bando a otro. Ocasionalmente se lanzaba tras la bola en una imposible pirueta para terminar despatarrada sobre la arena con la mitad de sus protuberancias desbordándose del bikini al estilo hilo dental. Cuando esto ocurría y su rostro terminaba encajado en uno de los montículos a mi alrededor, yo podía ver con claridad, sus enormes ojos color azul medusa, sus dientes de nácar de caracol y sus labios abultados como las gambas de los arrecifes. Era una genuina chica de Ipanema y yo, uno de los cangrejos de la playa que vivía bajo la piedra en esa esquina del campo de voleibol.
Marco Antonio
Muy imaginativo, Marco A.
ResponderEliminarQué visual el bikini "hilo dental" visto por un "cangrejo" tan recalcitrante.
ResponderEliminarTuyo tenía que ser, Marco.