domingo, 11 de abril de 2010

MARCO ANTONIO



NO ME ESPERES A COMER

Livingston Fountainblu fue capturado por una tribu de pigmeos junto con otros cuatro expedicionarios y veinticinco sirvientes. Pronto descubrieron que éstos salvajes eran antropófagos y que gustaban de cocinar a los cautivos en una olla con agua hirviendo o a la vara sobre el fuego vivo. Por el primer sirviente no esperaron hasta que el agua hirviera, se lo comieron crudo.
         Los cinco aventureros fueron encerrados en una jaula de bambú y vigilados muy de cerca por dos fieros aborígenes armados con lanzas y escudos.  Tal parecía que los estaban reservando para alguna ocasión especial, porque el resto de los prisioneros, de dos en dos, fueron sancochados en la paila de agua hirviendo. Después de veinticinco días el suministro de carne humana finalmente se agotó, pero los pigmeos continuaron preservando la vida de los aventureros, siempre manteniéndolos bien alimentados dentro de la jaula de bambú. Con el tiempo aprendieron a descifrar los gestos y alguna que otra palabra de su vocabulario y así descubrieron que aquellos salvajes estaban esperando a que llegara el día de celebrar el cumpleaños de la Reina.  Para esa ocasión prepararían un suculento potaje de hombre blanco con cebollas y nabos pero, al parecer, aún faltaba mucho tiempo para la celebración, así que pasado unos días, decidieron comerse a uno de los expedicionarios asado a la vara. Dos semanas más tarde comenzó la época de la caza. Era un acontecimiento importante que había que celebrarlo con otro festín, así que el segundo aventurero fue sacrificado sobre piedras al rojo vivo, polvoreado con sal y una sustancia de sabor picante… El tercero sufrió un infarto cerebral que le causó la muerte. Fue enterrado con todas las reverencias de las costumbres de la tribu, ya que los pigmeos no se comían a aquellos que morían de causas naturales.
Cuando finalmente le llegó el turno a Livingston Fountainblu, El cocinero sugirió que al potaje le añadieran las yerbas sagradas para ocasiones especiales. El Rey se relamió nada más de pensar cuanto le gustaba el sabor de tal delicadeza.
         Ese día, se puso a hervir el agua muy temprano y comenzaron los preparativos en la cocina privada de los soberanos. A Fountainblu lo sacaron de su jaula para que ejercitara los músculos e ingiriera parte de las yerbas sagradas. Para que la receta funcionara, había que conseguir que la sangre circulara por todo su sistema, consiguiendo así, que se produjera una buena digestión. A pesar de sus protestas le forzaron a empujones y a punta de lanza a correr. Mordía y pateaba, pero corrió y corrió hasta que se desplomó exhausto, entonces lo zamparon en la olla de agua hirviendo. La favorita del Rey comenzó a añadir el resto de los vegetales y yerbas sagradas. El hombre berreó como una bestia hasta perder el sentido.
El primer indicio se manifestó cuando la favorita del Rey notó que el potaje estaba tomando un color sospechoso que no era común para esa receta. Un olor nauseabundo comenzó a saturar el ambiente y la mujer alarmada requirió la presencia del cocinero. Éste se arriesgó a probar el caldo y exclamó:
         — ¡Oh Dios de las piedras!, ¡Oh Diosa de las aguas!, ¡Oh espíritus de nuestros antepasados! ¡El hombre blanco se ha cagado en nuestro potaje! Un asistente del cocinero se infiltró en los aposentos privados del Rey y como si transmitiera un secreto de estado, le comunicó la noticia al soberano.
         Esa noche, la Reina ocupó su sitio de honor ataviada con sus mejores prendas y espero pacientemente a que el Rey hiciese su entrada. El portavoz del Soberano irrumpió en el comedor con un mensaje urgente para Su Majestad La Reina:

“NO ME ESPERES A COMER”


2 comentarios:

  1. Incluso la foto que acompaña es inquietante.
    Y eso que carece de ollas.
    Lo mejor de tus relatos son esos pequeños detalles que ni se ven, pero incordian como china en un zapato.
    También las palabras que "rescatas".
    Hacía tanto que no utilizaba aquello de "polvoreado"...

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  2. Marco, gracias por escribir... estupendo ejercicio. Un abrazo desde Puerto Rico...

    Mario Alegre-Barrios

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