Al niño le gustaban los peluches pero también las figuras de animales de tacto más áspero, como peces o reptiles. Los padres quisieron regalarle una mascota original y para ello consiguieron un CITES, que es un número de exportación/importación en el Convenio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre, y le compraron un saurio de escasos meses de vida. El reptil tendría espacio suficiente para moverse en la casa, o en el jardín de la vivienda (si no se adaptase suficientemente al interior).
¿Quién dijo que las reptiles no podrían convivir con los humanos o, al menos, alcanzar cierto grado de domesticidad?
De hecho, congenió más con el niño que con el resto de los miembros familiares. Incluso aprendió a dormir, graciosamente enroscado, a los pies de la cama del niño.
Los padres se sintieron orgullosos de aquella simbiosis, tan original. La abuela, sin embargo, admitió aquella situación a regañadientes.
Un día, en lugar de dormir hecho un ovillo, como solía hacer, comenzó a dormir estirado sobre la cama, en posición paralela al niño. Los padres quisieron saber qué significaba aquel avance en el comportamiento y se lo fueron a comunicar al veterinario. Éste, les dijo que la serpiente estaba tomando la medida del niño.
Mientras tanto, en la vivienda familiar, una enloquecida abuela apaleaba sin cesar al saurio.
Jaime del Egido
Marco Antonio dice:
ResponderEliminarTruculento amigo mío. Truculento. Hay que tener buena madera para pensar y escribir desde lo real hasta lo insólito. Un saludo de mi parte y que el verano te sea propicio.
Gracias, M. Antonio:
ResponderEliminarEs agadable comprobar que estás ahí, patrullando por los aires literarios.
Sobrevivo en este verano, primaveral, de Asturias.
Un saludo