lunes, 4 de enero de 2010

¡APAGAR, APAGAR!




Había que apagar la televisión. Los golpes de los vecinos en las paredes y sus voces diciendo algo sobre el ruido, el volumen y no sé que más me hacían pensar que era lo más conveniente. Pero no era tan fácil. Tendría que llegar junto al mando a distancia que alguien dejó a tres metros de mí y luego estudiar cómo hacer para apretar el botón sin manos, pues me olvidaba decir que no tengo brazos ni manos (mamá dijo que si Dios me quería así, así tenía que ser, y así es); apagar directamente en la tele era imposible ya que está a dos metros de altura y si quisiera tirarla saltando debajo no podría porque ahí hay un armario con bebidas. Yo estaba tumbado en el sofá y en la televisión alguien cantaba Blue Moon. Mientras la tarareaba me giré y la parte inferior del cuerpo cayó al suelo. Debo decir que tengo dos piernas pero pegadas de tal manera que se diría que sólo tengo una. Podría operarme pero mamá dijo que si Dios me había hecho así, así debería seguir. Y así sigo. En fin, con la parte inferior de mi cuerpo en el suelo puedo arrodillarme, metí la cabeza contra el sofá y enderecé las piernas o pierna, no sé. No fue fácil pero lo conseguí. Ahora tenía dos opciones o saltar o mover los pies lateralmente para llegar hasta el mando, la estrechez del sitio me obligaba a hacer esas cábalas y detrás del sofá había cables del ordenador, de otra televisión y de la mini cadena procedentes de una regleta junto a la pecera. Imposible para mí. Mientras sopesaba qué era lo más adecuado, ya de pie me percaté de una cosa que no podía apreciar en la anterior posición: el mando flotaba en la pecera, y era grande y muy honda. Esto daba al traste con mi idea de apretar el botón con la nariz. Ahora sonaba la melodía de El hombre elefante en la televisión, una que dice algo de un circo, sin embargo no se veía nada, la pantalla estaba oscura. Los golpes de los vecinos que me constaba estaban llenos de rabia iban desapareciendo ocultos por el volumen de la televisión que había subido por sí sóla. Estaba seguro de que en el momento en que la hiciera callar los vecinos cejarían en su empeño de derribar las paredes, que ya empezaban a desmenuzarse. Hice lo que vi hacer a otros héroes, buscar una solución sin amedrentarse ante el peligro. Me dije a grandes males, grandes remedios, la inspiración llegaría. Quedé quieto. No me pareció que ése fuera un gran remedio, pero no supe que hacer. Tampoco tuve tiempo para pensar en nada más. Los vecinos habían logrado hacer agujeros lo suficientemente grandes para introducirse por ellos, al hacerlo, pude ver que tenían las cabezas ensangrentadas y se retorcían como gusanos. Lo que nunca pude imaginar era que no tenían brazos y que sus piernas estaban pegadas. Tres de ellos llegaron a ponerse de pie y vieron el mando. Fueron hacia él y sin pensarlo dos veces los tres metieron las cabezas en la pecera y  trataron de apretar el botón con sus narices. El mando se hundió y ellos intentaron presionar el botón contra el fondo de la pecera, pero al parecer, tres cabezas pensando por su cuenta son muchas. La pecera se estrelló contra el suelo, el agua cayó sobre los cables y todos murieron electrocutados. Yo no me había movido, así que el agua no llegó hasta mí. Después de todo fue un gran remedio. ¡Ah! la televisión se apagó.

Enrique Tejón








3 comentarios:

  1. Tus escritos son un viaje accidentado.
    No aptos pa cardíacos.
    Me hiciste volver a los tiempos del "tren de la bruja".
    Dichosa escoba.
    Dichosa madre, en este caso.

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  2. Lo imortante del relato es que la televisión se apagó, que era tu primer objetivo.

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  3. Tan cinematográfico que yo misma estaba con la nariz en la pecera...

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