LANA Y VALQUIRIA
IDEAS RUIDOSAS
Las mujeres interrumpen su tarea.
Los colchones enseñan sus entrañas de lana.
Las varas, apoyadas sobre el musgo del muro, reposan entrecruzadas.
Algún día oiré hablar del Mikado.
Jugando al Mikado con un hijo mío recordaré esta mañana; este sol tibio que alejó la niebla y la ciudad al fondo, empequeñeciéndonos.
Algún día sonreiré ante tanto interrogante.
Pero eso será en el futuro.
Ese futuro del que todos hablan y nunca veo.
No me llevo bien con el tiempo.
No entiendo su paso.
Tiene la mala costumbre de irse muriendo como el agua que se escurre entre mis dedos al pillar los renacuajos.
Desde el silencio de mi esquina transparente juego con el aire.
Escucho sus idas y venidas y contemplo el descanso de las mujeres.
El perro me mira y se rasca las pulgas.
Yo me dejo mirar y aguanto a duras penas el orín que amenaza con rodar muslos abajo.
Sé que pronto se reanudará la faena.
Con el silbar de las varas mearé.
Seré de nuevo invisible, un reguero amarillo que cae de la nada al pie de la higuera.
Dicen las mujeres que hay que apurar.
Aún falta orear esas tripas maltratadas, que se esponjen para luego coser las fundas con esas agujas largas como las noches de invierno.
El abuelo tantea la lana con la cachava.
Me recuerda que esta noche será como dormir sobre una nube.
Promete prepararme una vara para el próximo verano pues a partir del jueves ya seré grande.
Supongo que el jueves es un futuro cercano.
Algo así como la prima que me visita por las fiestas del pueblo.
A ver si ese día estoy de humor para cumplir años.
Lo estaría si supiera de qué me sirve.
No me gustan los años.
No entiendo su paso.
Tienen la mala costumbre de llenarme la cabeza de preguntas e ideas ruidosas.
En vez de sufrir tal efemérides preferiría convertirme en una valquiria.
Una igualita a la que vi en un cromo de las tabletas de chocolate.
Sacar pecho y emprenderla colina abajo como el agua de los deshielos, dando voces sobre los cantos rodados, anegando prados.
Habría que oír la letanía sobre el comportamiento.
Las comparaciones con la hija del practicante.
Seguro que las valquirias se encogen de hombros ante las monsergas.
No por nada.
Es que no las entienden.
Mariluz
Marco Antonio comenta:
ResponderEliminarEl estilo del escritor es el que delata el bandurrión desde y como se desprende la musa sin importar la melodía. Cuando te llega, sabes quien es, porque la nota termina con el mismo dedo en la misma cuerda y eso es maravilloso.
Tu relato parece un comunicado, un Diário. Rebosa de poesía, recuerdos, recuerdos de sentimientos. Me sorprende que el narrador/a tan pronto se situa en la edad adulta (juega con el hijo), como en la infancia (el abuelo habla con ella; va a ser grande...).
ResponderEliminarCreo que tienes muy presente tu pasado.
Gracias por compartir
Gracias a los dos.
ResponderEliminarYa echaba de menos el brujulear por el blog.
Tanta bayeta me tenía harta.
Espero que al menos me salga un relatín hogareño, de cómo abrimos una sucursal de los fogones en la salita, por ejemplo.
Deciros que a la memoria la aderezamos; y no es ninguna traición.
La cubrimos con el manto literario, echamos mano de la observación, de lo leído... y sale lo que sale.
Esta historia le recordaba a Marco el estilo de Enrique Tejón.
Vaya como homenaje a él y a Salinger.
Ambos estaban conmigo al pie del folio en blanco.