viernes, 16 de abril de 2010

ERNESTO



DESDE EL PARQUE

Estamos en el Parque Central de Aglaura. Da igual venir del Norte, que venir del Sur, que del Este o del Oeste; si seguimos las referencias paisajísticas de la pequeña urbe, siempre terminaremos en el parque.


Dos anchas avenidas se cortan en la fuente que nos marca el centro del parque: la alta, o rica, se viste con los edificios nobles, y la baja que está desordenada urbanísticamente con edificios altos y bajos de una sola planta casi adosados el uno al otro.

En los espacios que dejan, a modo de ángulos rectos ambas avenidas, confluyen otro número indefinido de calles estrechas. En la parte más occidental destaca la calle de las hilanderas, donde las mujeres, si el tiempo lo permite, realizan labores textiles en las aceras. La calle del pescado, en la que cuatro pescaderías compiten por ganarse al cliente. Si nos pasamos a su derecha tenemos la calle de la carne. Tiendas de ultramarinos y tres carnicerías reclaman con sus ofertas al gentío. Otra calle casi paralela sirve de atajo a los niños, aprovechando que no hay coches (por no estar pavimentada), para llegar al parque. En la parte baja vemos muchas curtidoras, en cualquier patio vemos pieles secando al sol, con su pestilente olor al que se acostumbra nuestro olfato al cabo de un tiempo. En esa misma calle está el zapatero, el herrero, el taller de bicis, el peluquero, el ayuntamiento, la ferretería y un pequeño bar en el que todos calman su sed al acabar la jornada. Y más a la diestra, confluyen otras calles que están puestas para mantener la simetría. Nadie transita por ellas, no tienen salida, empiezan todas en el río que ahora baja seco y en la más ancha se encuentra el cementerio, y a su lado una ermita, en la que en su día, se celebraban misas.

Y el parque, que como centro neurálgico engulle a la ciudad, como un imán que atrae a las demás calles con sus habitantes incluídos. Con un césped desgastado, tres estatuas que recuerdan a alguien que en su día fue famoso y varios bancos de madera esperando ser el centro de las tertulias vespertinas. El barquillero y dos toboganes carcomidos hacen las delicias de los niños. Todo esto sin olvidar a su ángel de la guarda: la enorme fuente que con su elevado salto de agua vigila desde las alturas el grueso de la ciudad.



Ernesto

3 comentarios:

  1. Marco Antonio comenta:
    Sé que la semana pasada estuvimos repasando este cuento y tu tomaste notas de algunos cambios. No lo pienses dos veces, puedes entrar y corregirlo o subir una nueva versión y yo la cambio.

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  2. Veo que sobrevolaste Aglaura con tus alas de periodista e ingeniero desplegadas.
    Bienvenido, Ernesto.

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  3. Marco Antonio comenta:

    Quedó redondito y abotonado. No se puede pedir más.

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